Cuapa es un pueblo ubicado en un pequeño valle en el municipio de Juigalpa, en Chontales, Nicaragua. Sus habitantes son personas muy sencillas que llevan un estilo de vida rural y crían ganado para consumo familiar. Este tranquilo rincón de Nicaragua es donde Nuestra Madre, la Santísima Virgen María, comenzó a aparecer a uno de los agricultores locales que recibió un mensaje de la Reina del Cielo en 1980. Las apariciones fueron aprobadas en 1994.
Era Bernardo el sacristán del pueblo. Desde bien pequeño había ayudado a limpiar la capilla, lavar los manteles, tocar las campanas para el rezo del rosario todas las tardes… Todo esto lo hacía él con cariño para servir a Dios, a pesar de que había quien se reía de él.
Señales de luces
Todo empezó el 15 de abril de 1980 cuando Bernardo, estando en la capilla por la noche, vio la imagen de la Purísima, que él amaba mucho, toda iluminada. La luz salía de la imagen, que estaba más bella que nunca, y daba luz suficiente para caminar sin tropezar.
Esto llevó a Bernardo a hacer un examen de conciencia y se sintió mal por los pleitos que había ocasionado últimamente en el pueblo, ya que se trataba de un hombre con un carácter fuerte. Decidió contarlo por la tarde después del rosario y pedir perdón públicamente. La historia corrió por el pueblo de Cuapa y muchos se burlaban de él porque decía que había visto a la Virgen iluminada, pero lo cierto es que la Virgen le estaba preparando, porque se dio un cambio en su corazón después de pedir perdón.
8 de mayo de 1980: Primera Visión
Bernardo estaba atravesando un tiempo de problemas personales, lo que llamaríamos una “mala racha”. Una noche, no pudiendo dormir, se fue a pescar muy temprano y hacia las doce comenzó a rezar el rosario. Le invadió una gran paz y se le pasó el día volando. Se hicieron las tres y se sorprendió porque vio un relámpago en el cielo, aunque no había signos de lluvia. Entonces, sobre un arbolito de Morisco en una nube blanquísima, vio la imagen de una señora. Fijándose bien, se dio cuenta de que estaba viva, que parpadeaba, y Ella extendió sus brazos, de donde salieron rayos de luz.
Se atrevió entonces Bernardo a preguntarle quién era y Ella con una voz dulcísima le dijo: “Vengo del Cielo, soy la madre de Jesús”. Le preguntó entonces Bernardo qué quería y Ella le contestó: “Quiero que recen el rosario todos los días”. Entonces el campesino la interrumpió informándole de que ya lo hacían, pero Ella insistió: “No quiero que lo recen solamente en el mes de mayo. Quiero que lo recen permanentemente en familia… desde los niños que tengan uso de razón… que lo recen a una hora fija cuando ya no haya problemas con los quehaceres del hogar”. Le explicó que no le gustan al Señor las oraciones que hacemos a la ligera o mecánicamente y le recomendó que lo rezasen con las citas bíblicas y poniendo en práctica la Palabra de Dios. Luego añadió: “Ámense. Cumplan sus deberes. Hagan la paz. No pidan la paz al Señor, porque si ustedes no la hacen, no habrá paz”.
La Virgen le anunció que Nicaragua sufriría mucho si no cambiaban. Él se resistió al principio a decirlo a la gente, porque no quería problemas, pero finalmente lo dijo en el pueblo y al sacerdote. Como Nuestra Madre le había predicho, unos creyeron, otros no.
¿Qué quieres Madre mía?
El 8 de junio Bernardo ve a la Virgen en sueños. Bernardo le pregunta: “¿Qué quieres Madre mía?”. Ella le repitió el mismo mensaje. Entonces él le hizo muchas peticiones de parte de mucha gente, a lo que la Virgen contestó: “Unas se van a realizar, otras no”.
Le señaló una dirección. Él miró y vio como una película… Primero un gran grupo de personas vestidas de blanco, caminaban hacia donde sale el sol; bañadas de claridad y alegres, cantaban. Era como una fiesta celestial. Se trataba de los primeros cristianos, muchos de ellos mártires. Después vio otro grupo, vestido de blanco, con unos rosarios luminosos en las manos. Uno de ellos traía un libro grande abierto, leía y después de escuchar meditaban callados y rezaban el Padre Nuestro y diez Ave Marías… La Virgen le explicó: “Estos son los primeros a quienes yo les dí el Rosario. Así quiero yo que recen ustedes el Rosario”.
Después vio un tercer grupo, vestido de color café, que a él le parecieron franciscanos. Rezaban también el rosario. Y por último venía un cuarto grupo tan numeroso que no se podía contar, hombres y mujeres con rosarios en las manos. Bernardo sintió de pronto que podía entrar en ese número porque estaban vestidos igual que él, pero se miró las manos y las vio negras, ellos en cambio, como los anteriores, despedían luz. Quería ir con ellos, pero la Virgen le dijo: “No, todavía te falta; tenéis que decir a la gente lo que has visto y oído”. Y añadió: “Te he mostrado la gloria del Señor y esto van a adquirir ustedes si obedecen al Señor, la palabra del Señor, si ustedes perseveran en el rezo del santo Rosario y ponen en práctica la palabra del Señor”.
8 de septiembre: La Virgen niña
Bernardo vuelve al lugar de las apariciones con un grupo de personas rezando el rosario y de nuevo ve encima del árbol a la Señora que esta vez se presentó como una niña de 7 años. Repitió el mensaje idéntico. Bernardo le habló a la Virgen del templo que la gente quería construir en su honor. Ya un señor había hecho una primera donación. Ella dijo: “No. El Señor no quiere templos materiales. Quiere los templos vivos que son ustedes. Restauren el sagrado templo del Señor. En ustedes tiene el Señor todas sus complacencias. Y continuó diciendo: Ámense. Ámense unos a otros. Perdónense. Hagan la paz. No la pidan solo, háganla”.
La Virgen le dijo que en adelante no cogera ni un centavo para ninguna causa.
13 de octubre: La Virgen llora
La Virgen volvió a aparecer en el mismo sitio de siempre y Bernardo le insistía en que se dejase ver para que la gente creyese. Le contó que la gente decía que se le aparecía el diablo y que la Virgen estaba muerta y hecha polvo como cualquier mortal.
Entonces la Virgen se puso triste y lloró. Bernardo pensó que era por su culpa y le decía: “Señora, perdóneme por lo que he dicho. Usted está enojada conmigo. Perdóneme. Perdóneme”.
Pero la Virgen le dijo: “Yo no estoy enojada ni me enojo. Me da tristeza la dureza de corazón de esas personas. Pero vos tenéis que hacer oración por ellas para que cambien”.